CARTA #133

Ah, el amor, el amor... Es una ironía, ¿sabes? Me enamoré de ti, y con ello sentí tanto la dulzura como la amargura de este sentimiento inmenso, insondable.

Un sentimiento que, como el mar, puede ser calmado o tempestuoso, capaz de arrastrar todo a su paso, dejando a veces paz, otras veces devastación.

Siempre decías que el amor no era cuestión del corazón, sino más bien un juego del cerebro. Entonces, ¿por qué este dolor en el pecho? ¿Este vacío que ni la presencia de otros ni el paso del tiempo logran llenar?

Es curioso, ¿sabes? Antes me reía del amor, de esos que se decían atrapados en sus redes. Y ahora, aquí estoy, sumido en este sentimiento, pero, a pesar del dolor, agradecido.

Agradezco a las estrellas, al tiempo, al destino, o a cualquier fuerza que te trajo a mi camino. Aunque fuera solo por un breve instante, ese tiempo contigo transformó mi todo.

Gracias a ti, las pesadillas que teñían mis noches de oscuridad y temor se disiparon con la luz de tu nombre. Con tu llegada, se fueron los miedos, y en su lugar, nacieron sueños.

Sueños donde aún estás, donde la risa y la esperanza residen. Y aunque ahora me encuentre en este mar de nostalgia y amor, siempre te llevaré en ese rinconcito donde aún late, donde aún duele, donde aún amo.

Así que, sí, el amor, el amor... Un regalo y una herida, pero por encima de todo, una lección de vida. Gracias a ti, aprendí a amar, a soñar, a sentir, en toda su compleja simplicidad.

Desde aquel último adiós, el tiempo se ha desvanecido, ¿Fue apenas un suspiro, o ya han pasado años perdidos?

Tu voz aún resuena, un eco persistente y no pedido, como si el reloj de mi existencia en ese instante se hubiera detenido.

El tiempo, para otros, corre, avanza, se desliza, pero para mí, se congeló en esa última despedida.

Sigo atrapado allí, en aquel instante, aquella vida, donde cada recuerdo de ti es una estrella caída.

Este amor por ti no conoce de límites ni fronteras, crece, inunda mi ser, más y más, como mareas.

Cada día sin ti, este sentimiento se eleva, una llama que arde, que consume, que en su esencia me recrea.


RECUERDA: El deseo muere automáticamente cuando se logra: fenece al satisfacerse. El amor en cambio, es un eterno insatisfecho.

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