CARTA #140
Pero, ¿qué hacemos aquellos que no podemos hacer eso... olvidar? Aquellos cuyas memorias se aferran con fuerza a cada momento, a cada palabra, a cada promesa, incluso cuando sabemos que el amanecer borrará las huellas de esas luces fugaces. Nos encontramos reviviendo esos destellos una y otra vez, dejando que cada chispa encienda de nuevo la esperanza, o reabra viejas heridas. Luchamos con la realidad, con la imposibilidad de dejar ir, con el deseo incontrolable de sostener entre nuestras manos ese brillo, aunque sabemos que no podemos atrapar la luz.
Amé a alguien tanto, que en el cielo se convirtió en una estrella... una estrella que brilla más que cualquiera. Y como las estrellas, aunque ya no está, la siento, la veo, y la sigo amando como el primer día que mi corazón palpitó por ella. Aunque su luz haya viajado años luz para llegar hasta mí, cada vez que levanto la vista al cielo nocturno, ahí está ella, guiándome, recordándome los momentos que compartimos.
En esa estrella encuentro consuelo, en su constante presencia una promesa de que, aunque físicamente ausente, sigue siendo una parte luminosa de mi universo.
RECUERDA: La mayor felicidad de la vida es la convicción de que somos amados; amados por nosotros mismos o, mejor dicho, amados a pesar de nosotros mismos.
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