CARTA#123

Como el alma que busca y tú la respuesta que encuentra, te amaré desde lo más profundo..

La historia de la Bella y la Bestia siempre me cautivó, esa narrativa donde el amor verdadero tiene poder transformador. Pero, ¿qué sucede cuando no hay hechizos ni rosas encantadas? Mi relato parece esa versión alternativa, una donde los finales felices son elusivos...

En ese capítulo inédito de mi vida, ella irrumpió como la protagonista inesperada, un destello de luz en la inmensidad de mi oscuridad. 

No era una princesa de cuento de hadas, no, ella era mucho más; era real, con una inteligencia que deslumbraba y una mirada que podía ver más allá de cualquier fachada. Yo, en cambio, me veía como la bestia de esta historia; no por mi exterior, sino por las profundas cicatrices que marcaban mi ser, por los muros que, a lo largo de los años, había construido alrededor de mi alma, muros tan gruesos que ni la luz más brillante parecía poder penetrar.

Ella, con su presencia, se convirtió en mi Bella. Una Bella moderna, cuyo valor no radicaba en su capacidad de cambiar a la bestia, sino en su simple existencia, en su capacidad de hacer que incluso los días más grises parecieran un poco menos sombríos. Su llegada a mi vida fue como la de Bella al castillo encantado, desafiando cada tormenta, cada sombra, con nada más que su fuerza y su bondad.

Cada conversación, cada momento compartido, se convirtió en un hilo dorado tejido en el tapiz de mi existencia. Su inteligencia no solo iluminaba las habitaciones, sino también las partes más recónditas de mi ser. Fue ella quien, sin siquiera proponérselo, comenzó a derribar los muros que había construido, ladrillo por ladrillo, con cada palabra, con cada gesto auténtico.

Pero esta historia no sigue el guion clásico. En esta versión, no hay hechizos que deshacer ni pétalos de rosa que caen con cada tic-tac del reloj. En esta realidad, la bestia reconoce el valor de su Bella, no por la transformación que pueda provocar en él, sino por la luz que ella misma es capaz de irradiar, una luz que, incluso en la más profunda de las oscuridades, sigue brillando con esperanza y amor.

A medida que las páginas de nuestra historia se iban escribiendo, empecé a darme cuenta de un cruel giro del destino: esta Bella, mi Bella, merecía un mundo que yo no estaba seguro de poder ofrecerle. Su brillo, esa luz inquebrantable que emanaba de su ser, merecía más que las sombras en las que yo me movía. Su inteligencia, su bondad, su alma libre merecían un príncipe, no una bestia atormentada por sus propios demonios.

Fue en una tarde de otoño, bajo un cielo pintado con los colores del atardecer, cuando la realidad me golpeó con toda su fuerza. En sus ojos, vi reflejadas todas las estrellas que alguna vez soñé alcanzar, y en ese instante supe... supe que, por mucho que lo deseara, por mucho que mi corazón clamara su nombre en la soledad de la noche, yo no podía ser el héroe de su cuento.

Ella, con su espíritu indomable, era un cometa destinado a cruzar los cielos, a explorar universos lejanos y brillar con luz propia. Y yo, una ancla en tierra firme, demasiado pesada, demasiado arraigada a mis propias penas como para poder seguir su vuelo sin frenar su ascenso.

Entonces, en el silencio de mi aceptación, comprendí que amar también significa dejar ir. Amarla significaba desear su felicidad por encima de la mía propia, incluso si eso implicaba contemplarla desde la distancia, incluso si eso significaba ser solo un capítulo en su historia, y no el desenlace.

Y así, mientras el sol se ocultaba en el horizonte, prometí en lo más profundo de mi corazón que siempre la llevaría conmigo, en cada sueño, en cada susurro del viento. Ella, la Bella de mi cuento, siempre sería el faro que una vez iluminó mi oscuridad, el recuerdo dulce de lo que significa amar de verdad.

Ella es real, más real que cualquier personaje de cuento de hadas. Y aunque mi historia no tenga el final de ensueño que tantos relatos prometen, se cierra con la promesa silenciosa de un amor eterno...


RECUERDA: El amor es un deseo irresistible de ser irresistiblemente deseado.

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