CARTA #106
Hay tantas cosas que quisiera decirte, tantas palabras que se quedaron atoradas en mi garganta... Quisiera hablarte de los días soleados que me recordaban a tu sonrisa, de las noches estrelladas en las que buscaba tu rostro en la luna, de las canciones que escuchaba imaginando que bailábamos juntos... Pero aquí estoy, tropezando con mis propias palabras, incapaz de articular este torbellino de emociones...
Siempre me sentí como una sombra junto a ti, como una pequeña hoja llevada por el viento en una tarde de otoño, comparada con la majestuosidad de un árbol robusto y lleno de vida que eras tú. Me veía a mí mismo como una gota en un océano inmenso, perdido en la inmensidad de tu presencia, insignificante y temeroso de ser arrastrado por las corrientes de un sentimiento demasiado grande para mí.
El miedo... sí, el miedo fue mi constante compañero. Temía al rechazo, a la posibilidad de abrir mi corazón y encontrarme con un vacío en respuesta. Temía a lo que sentía por ti, a esos sentimientos que eran nuevos, intensos, abrumadores. ¿Cómo podía yo, un simple mortal, aspirar a tocar el cielo que representabas? ¿Cómo podía expresar este amor que me consumía, que transformaba cada día en una eternidad de silencios y miradas robadas?
Ahora me doy cuenta de que esas excusas, esos miedos, no eran más que barreras que yo mismo construí. No sabía cómo expresarme, cómo decirte todo lo que eras para mí, todo lo que significabas en mi vida. Y por eso, por mi incapacidad de romper el silencio, te pido perdón. Perdóname por no haber encontrado las palabras, por haberme escondido detrás de un muro de dudas y temores.
Perdóname por el silencio, por todas las palabras no dichas, por todos los "te quiero" que se quedaron suspendidos en el aire, inaudibles, invisibles. Perdóname por haber dejado que mi miedo dictara mi camino, por no haber sido valiente, por no haberte mostrado cuánto te amaba.
En el fondo, lo único que quería era poder expresar este amor que aún llevo dentro, este amor que, a pesar del tiempo y la distancia, no ha encontrado la forma de extinguirse. Y aunque ahora estas palabras lleguen demasiado tarde, necesitaba que supieras, necesitaba que el universo fuera testigo de este sentimiento que, a pesar de todo, sigue vivo en mí...
RECUERDA: Me encanta la hora silenciosa de la noche, porque entonces pueden surgir sueños dichosos, revelando a mi vista encantada lo que tal vez no bendigan mis ojos despiertos.
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